En vísperas del primer aniversario de la masacre de Ayotzinapa, leí Los 43 de Iguala, de Sergio González Rodríguez (Anagrama, 2015). Refuerza el asco que siento por mi país desde hace meses, años. Con el agravante de que esta forma de hacer política o de disponer de la vida y de los cuerpos de los demás no es un fenómeno mexicano, sino global.

(Me interesa, en este sentido, leer Necropolítica, de Achille Mbembe, pero todavía no).

No es que el libro de González Rodríguez revele algo esencialmente nuevo. Para alguien que ha seguido el caso, que ha leído los trabajos de Marcela Turati, John Gibler o Anabel Hernández, que ha estado más o menos pendiente del informe oficial de la PGR y del informe especial de los expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el libro de González Rodríguez no le revelará ninguna “novedad”. (El libro incluye más de cien citas a estas y otras fuentes documentales).

Lo distintivo del trabajo de González Rodríguez, como ya lo demostró en Huesos en el desierto (2002), El hombre sin cabeza (2009) y Campo de guerra (2014), es que su amplitud: estilo, pensamiento, reportería, testimonio, reflexión.

Dice González Rodríguez:

“Por lo general, la postura que ha triunfado en el ámbito de la investigación periodística consiste en adoptar un enfoque restringido para entender un tema o problema, es decir, imita mal el modelo de especialización de las indagaciones académicas en torno de un eje: el documento oficializado. Por lo tanto, los reporteros carecen de una perspectiva amplia de lo que determina en términos estratégicos aquello que investigan”.

“[…] a los reporteros se les obliga a evitar las asociaciones y especulaciones en torno a los niveles de incidencia geoestratégica o política, nacional o internacional, cuando gran parte de la tarea del análisis de inteligencia, ya sea operativo o prospectivo, depende de establecer convergencias, conjeturas, cálculos, especulaciones bien fundadas, que suelen disponer de patrones, esquemas de interpretación, proclividades analíticas”

Hay tres áreas de problematización que me parecen especialmente relevantes:

  1. El rol de la Normal de Ayotzinapa en el entramado de la izquierda revolucionaria en Guerrero. La comprensión de su historia, de sus confrontaciones con el Estado, de su justificación de la violencia revolucionaria. Señalar este componente de la violencia estructural de Guerrero y su responsabilidad en los hechos no es común, por miedo a entorpecer las legítimas demandas de las víctimas o “hacerle el juego a la derecha”, pero no se puede comprender este horror si se ocultan o callan los excesos de algunos.
  2. La injerencia de las agencias de inteligencia de Estados Unidos en las políticas de seguridad de México. Lo que sucede en Guerrero no es ajeno a la CIA, la DEA y la NSA. Hay tramas subterráneas muy oscuras operando en México, en connivencia con las autoridades federales, estatales y militares. Tráfico de armas, consumo de drogas, políticas de contrainsurgencia: el territorio colonizado.
  3. La administración mediática del horror como una de las partes más perversas de la violencia mexicana. En lugar de impartir justicia y garantizar la seguridad de los ciudadanos, los gobiernos, instituciones y partidos políticos sólo tienen sensibilidad para la administración de la imagen. Esta maquinaria costosa y sofisticada es una de las formas más perversas de violencia, porque esconden los efectos en las victimas y normalizan la violencia. Estado y crimen organizado no son instancias separadas, sino un conglomerado de grupos en las que conviven lo legal y lo ilegal.

Y luego está el estilo. La voluntad de usar el lenguaje para comprender. No es una mera crónica, es también reflexión. Eso que caracterizaba al trabajo de Carlos Monsivais, pero con mayor precisión y limpieza lingüística, en mi opinión.

Un buen libro para un día triste.

Primer aniversario de Ayotzinapa: 26 de septiembre de 2015.

Para leer más:

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José Miguel Tomasena

Escritor, periodista, profesor universitario. Autor de El rastro de los cuerpos (Grijalbo, 2019) , La caída de Cobra (Tusquets, 2016). Co-guionista de Retratos de una búsqueda. Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí en 2013 por ¿Quién se acuerda del polvo de la casa de Hemingway (Paraíso Perdido, 2018). Investiga formas de socialización lectora en internet.

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