Acabo de leer un excelente reportaje sobre Amazon, escrito por George Packer para The New Yorker. Cheap words, se llama. Y el subtítulo ya declara de qué va la cosa: «Amazon es bueno para sus clientes, ¿pero es bueno para los libros?»
Es una pieza que todos deberíamos leer, porque indaga en las contradicciones de una empresa como Amazon, que es en muchos sentidos símbolo y estandarte del capitalismo tecnológico. Empezó como una plataforma para vender libros, pero ahora vende de todo; compite con Apple en el desarrollo de hardware (Kindle); también es una productora de contenidos (como Netflix), una editorial, y una enorme plataforma de hosting para millones de sitios de internet. Para rematar el asunto, su dueño, Jeff Bezos, compró hace unos meses The Washington Post.
El reportaje ofrece muchos datos para mirar con distancia crítica el comportamiento de esta empresa: las condiciones laborales de mierda en sus almacenes, sus trucos para evadir impuestos aquí y allá, métodos de negociación propios de Tony Soprano (a un editor que no quiso aceptar sus condiciones, le desaparecieron el botón de «Comprar» de sus libros, por ejemplo), opacidad, secretismo, y métodos de control de información propias de la KGB (Packer escribió un poco más sobre los obstáculos que esto representó durante su investigación en el blog Page Turner).
Packer se centra en el conflicto entre el mundo de la edición tradicional (anclado en prácticas estúpidas e improductivas, pero hechas por gente a la que realmente le importan la cultura y los libros) y el de los ingenieros obsesionados en la innovación disruptiva (cuyo mantra es el servicio al cliente y su obsesión son los algoritmos que simplifican las cosas).
A Bezos y compañía no les interesa la cultura ni los libros, parecen decir Packer y el coro de editores y libreros encabronados porque el negocio se les está viniendo abajo. Pero francamente me cansa esa historia de que los friquis son unos ojetes que sólo quieren ver números y que desprecian a los autores y a la cultura. (O me van a decir que las trasnacionales de la edición se distinguen por su aprecio por la literatura y el conocimiento…)
Hay una falta de sentido autocrítico en el sector editorial que me irrita. Digo, no se trata de ser Amazon, ni de aceptar sus políticas gandayas, pero es una idiotez comportarse como los grandes editores y libreros españoles, que no se han enterado de que el mundo está cambiando muy rápido y de que hay cosas que Amazon sí hace bien, mucho mejor que ellos.
Ejemplo: Un amigo intentó comprar un libro electrónico en Gandhi.com. Según me cuenta, la experiencia fue una pesadilla: meter los datos de su tarjeta de crédito le llevó quince minutos, las instrucciones eran confusas y el proceso enredadísimo. Al final, hubo algún error y no podía abrir el archivo que había descargado (y que ya le habían cobrado). Lo más grave es que cuando intentó que lo atendieran por correo o por teléfono, nadie lo hizo. Juró no volver a comprarles.
Otro ejemplo: el año pasado busqué un par de libros de Horacio Castellanos Moya —El asco e Insensatez— durante tres meses en cinco librerías de Guadalajara y de la ciudad de México, en locales de segunda mano, en tiendas electrónicas. Tenía el dinero: 400 pesos para el que me diera los malditos libros, pero Tusquets Editores simplemente no pudo satisfacer mi demanda. Así es que lo busqué en la piratería y, para bien de su «negocio», no los encontré. Les escribí un tuit y me respondieron que no tenían los libros, que lo sentían. Están perdiendo dinero, les dije. Luego no lloren.
Terminé comprando los libros siete meses después, más por fidelidad al autor que a ellos. Si Castellanos Moya vendiera directamente sus libros, le daría mi dinero directamente a él. De hecho pensé en escribirle (se puede encontrar el correo, Twitter, Facebook y hasta teléfono de prácticamente cualquier autor, pero los editores parece que tampoco no se han dado cuenta de ello). En una de esas me pasaba las novelas en formato electrónico y hasta intercambiaba mis impresiones con él por correo. Quién sabe por qué no lo hice.
Perdón, pero Amazon no hace ninguna de las estas cosas: ni me hace perder el tiempo cuando compro, ni me deja tirado cuando hay un problema, ni deja pasar una oportunidad de hacer negocio, ni tiene un sistema de distribución de su producto ineficiente, lento.
¿A qué hora van a entender que no se trata de darle las nalgas al gigante, sino de aprender de lo que hacen bien?
El mismo reportaje ya da una pista: OR Books.
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