Olga Tokarczuk, premio Nobel de Literatura 2018.

En 2008, yo no había leído a Antonio Lobo Antunes. Escuché en vivo su discurso de recepción del Premio Juan Rulfo (aka Premio FIL). Me conmovió tanto que inmediatamente salí a comprar sus libros y se convirtió en uno de mis escritores favoritos. Ayer leí el discurso de recepción del Nobel de Olga Tokarczuk, a quien tampoco había leído, y me ha parecido tan conmovedor, tan sabio y tan iluminador que mañana saldré a comprar sus libros…

Los discursos de recepción de premios son una oportunidad para sintetizar una poética, reflexionar una trayectoria y exponer una idea de literatura; más allá de los libros, que en el fondo son el núcleo de lo que un autor tiene que decir. Si no, ¿para qué escribir?

Así, el discurso de Bob Dylan reivindicaba su vocación como productor de entretenimiento bajo la sombra de Shakespeare; Faulkner apelaba al deber del escritor de escribir sobre  el espíritu de compasión, de sacrificio y resistencia humanos; García Márquez resumía en algún sentido toda una visión de época sobre la literatura latinoamericana.

(Si algún lector/a quiere comentar cuáles discursos lo ha inspirado, seré muy feliz.) 🙂

Olga Tokarczuk: la ternura como motor literario

El discurso de Tokarczuk es largo y conmovedor. De todos los temas que aborda, me parece que los medios han destacado en sus titulares sus opiniones sobre la deriva más estúpida de la publicación en internet. Pienso que este marco es el más fácil y alarmista. Pero Tokarczuk habla de mucho más: de su infancia, de la tetera rota del cuento de Hans Chrisitian Andersen, de la importancia de los mitos, del auge de la no-ficción y la desconfianza en la ficción, de la necesidad de unir lo que aparece fragmentado, de la ternura como motor literario.

A continuación, unas citas:

Cuando un lector sigue la historia de alguien escrita en una novela, puede identificarse con el destino del personaje descrito y considerar su situación como si fuera la suya, mientras que en una parábola, debe entregar completamente su distinción y convertirse en el Hombre común. En esta operación psicológica exigente, la parábola universaliza nuestra experiencia, encontrando para destinos muy diferentes un denominador común. Que hayamos perdido en gran medida la parábola de la vista es un testimonio de nuestra actual impotencia.

Ficción frente a la “realidad”

La categoría de noticias falsas, fake news, plantea nuevas preguntas sobre qué es la ficción. Los lectores que han sido engañados, desinformados o engañados repetidamente han comenzado a adquirir lentamente una idiosincrasia neurótica específica. La reacción a tal agotamiento con la ficción podría ser el enorme éxito de la no ficción, que en este gran caos informativo grita sobre nuestras cabezas: «Te diré la verdad, nada más que la verdad» y «Mi historia se basa en hechos !”

A menudo me hacen esta pregunta incrédula: «¿Es verdad lo que escribiste?». Y cada vez siento que esta pregunta es un presagio del final de la literatura.

Ficción como asociaciones de lo separado

En algún momento de nuestras vidas comenzamos a ver el mundo en pedazos, todo por separado, en pequeños trozos que son galaxias separadas entre sí, y la realidad en la que vivimos lo sigue afirmando: los médicos nos tratan por especialidad, los impuestos no tienen conexión con la nieve que quita el camino que manejamos para trabajar, nuestro almuerzo no tiene nada que ver con una enorme granja de ganado, o mi nuevo top con una fábrica en mal estado en algún lugar de Asia. Todo está separado de todo lo demás, todo vive aparte, sin ninguna conexión.

Me fascina asociar hechos y buscar orden. En la base, como estoy convencida, la mente del escritor es una mente sintética que recoge obstinadamente todas las pequeñas piezas en un intento de unirlas nuevamente para crear un todo universal.

El narrador tierno

Escribo ficción, pero nunca es pura fabricación. Cuando escribo, tengo que sentir todo dentro de mí.

Para eso me sirve la ternura, porque la ternura es el arte de personificar, de compartir sentimientos, y por lo tanto sin fin descubriendo similitudes. Crear historias significa dar vida constantemente a las cosas, dar existencia a todas las pequeñas partes del mundo que están representadas por las experiencias humanas, las situaciones que las personas han sufrido y sus recuerdos. La ternura personaliza todo con lo que se relaciona, lo que hace posible darle una voz, darle el espacio y el tiempo para que exista y se exprese. Es gracias a la ternura que la tetera comienza a hablar.

La ternura es la forma más modesta de amor. Es el tipo de amor que no aparece en las Escrituras o en los evangelios, nadie lo jura, nadie lo cita. No tiene emblemas o símbolos especiales, ni conduce a la delincuencia ni a la envidia inmediata.

Por eso creo que debo contar historias como si el mundo fuera una entidad viva y única, formándose constantemente ante nuestros ojos, y como si fuéramos una parte pequeña y al mismo tiempo poderosa de él.

Insisto: lean el discurso.

Epílogo

El ayer con el que arranca el segundo párrafo de este texto se ha convertido en el jueves de la semana pasada. Pero cumplí mi promesa. El sábado compré Los errantes; voy en la página 87 y, hasta ahora, me ha dado lo que el discurso de recepción prometía: una narración polifónica, un cruce de registros, caminos, voces. Constelaciones de ternura.

Los errantes, de Olga Tokarczuk

Los errantes, de Olga Tokarczuk

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José Miguel Tomasena

Escritor, periodista, profesor universitario. Autor de El rastro de los cuerpos (Grijalbo, 2019) , La caída de Cobra (Tusquets, 2016). Co-guionista de Retratos de una búsqueda. Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí en 2013 por ¿Quién se acuerda del polvo de la casa de Hemingway (Paraíso Perdido, 2018). Investiga formas de socialización lectora en internet.