Los pacientes se morían de la risa al escuchar el discurso del presidente por televisión. El problema es que tenían una enfermedad neurológica que les impedía percibir el tono del lenguaje.  ¿Cómo es posible que ellos fueran menos propensos a ser engañados que nosortos, los supuestamente «normales»?, se preguntaba el narrador de aquel relato/ensayo, Oliver Sacks.

Yo usaba aquel fragmento del libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero –que, dicho sea de paso, me parece uno de los mejores títulos de la historia–, para plantear a mis alumnos la idea de que el lenguaje es mucho más que la letra.

Pero el texto era mucho más que eso: no se sabe si una narración ensayada o un ensayo narrado, relativiza la supuesta superioridad moral e intelectual del médico (el sano) frente al enfermo, está escrito en un tono tan sensible como riguroso y divertido.

Mapa de Musicofilia, por Austin Kleon

Por alguna razón, no he leído mucho más de Sacks, a pesar de haberme sentido invitado por esta reseña de Carlos Enrique Orozco sobre Musicofilia  o por este otro texto sobre las drogas, y de haberle regalado el dichoso libro a mi papá, quien adoptó a Sacks como un favorito (y a mi me dio una solución perfecta cuando no se qué regalarle).

Pero este texto es para comentar las tres columnas que Sacks ha publicado en The New York Times a raíz de de que le diagnosticaron cáncer terminal en el hígado.

En el primero, titulado My Own life (De mi propia vida, en español), hace un recuento de su propia vida desde la perspectiva de quien ha recibido la noticia de que pronto va a morir, algo que me recuerda a lo que San Ignacio recomienda cuando tienes que decidir algo: ver tu vida en retrospectiva desde el umbral de la muerte.

“He amado y he sido amago; me ha sido dado mucho y he dado algo de regreso; he leído y viajado y pensado y escrito”, escribe Sacks.

Ojalá pudieramos todos morir diciendo esto.

Y luego dice algo intraducible, o por lo menos algo tan rico en matices que yo no he podido encontrar un equivalente en español:

I have had an intercourse with the world, the special intercourse of writers and readers”.

¿Cómo se traduce algo así? “¿He hecho el amor con el mundo?” Mmmmm. ¿He cogido con el mundo? Por favor. ¿He tenido una relación?

To have an intercourse es una forma de interacción amorosa que involucra los sentimientos, las pasiones, los fluídos. Y aplicada al acto de leer y escribir es una de las formas más profundas de definir la literatura: “to have a special intercourse with the world”.

En el segundo texto, My periodic table (en español: Mi tabla periódica), Sacks desafía a la muerte: aunque sabe que va a morir, aún le quedan demasiadas cosas por vivir: estar con sus amigos, leer revistas científicas, visitar una exposición de lemures, contemplar las estrellas. Ante su inmensidad, Sacks comprende lo poco que le queda de vida.

La tabla periódica de la química se convierte en la metáfora de la curiosidad y del tiempo.

La semana pasada, Sacks publicó un tercer texto: Sabbath, en el que recuerda su infancia judía en Londres, en el seno de una familia y una comunidad ortodoxa que guardaba religiosamente el Sabbath, el día del Señor. La comida que preparaba su madre, las visitas a sus tíos y primos, los rezos en la sinagoga.

“Aunque no entendía el hebreo del libro de rezos, yo amaba su sonido, en especial escuchar los antiguos rezos medievales cantados”.

Conmoverse por el sonido del lenguaje aunque no se entienda (o quizá porque no se entiende). ¿Hay una forma mejor de definir la experiencia poética?

Sacks recuerda su ruptura con la religión, en gran parte provocada por el rechazo de madre cuando se enteró de que Sacks era homosexual. «Su ásperas palabras me hicieron odiar la capacidad de la religión para provocar intolerancia y crueldad».

A pesar de su agnosticismo, Sacks se descubre buscando en el día del Sabbath de su infancia, un tiempo para el sosiego para el alma después del trabajo de una vida…

Como sucede con los grandes escritores, no se puede hacer justicia a Sacks con un comentario como éste. La única forma de apreciar su sensibilidad y su inteligencia y su hondura, es leyéndolo. Finalmente, la única forma de comprender lo que pronto nos perderemos.

“No habrá nadie como nosotros cuando nos hayamos ido, porque no hay nadie como cualquier otro, nunca. Cuando la gente muere, no puede ser reemplazada. Dejan agujeros que no se pueden llenar, porque el destino de cada ser umano –nuestro destino genetico y natural- es ser un individuo único, encontrar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte”:

–Oliver Sacks, My Own life.

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José Miguel Tomasena

Escritor, periodista, profesor universitario. Autor de El rastro de los cuerpos (Grijalbo, 2019) , La caída de Cobra (Tusquets, 2016). Co-guionista de Retratos de una búsqueda. Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí en 2013 por ¿Quién se acuerda del polvo de la casa de Hemingway (Paraíso Perdido, 2018). Investiga formas de socialización lectora en internet.