Barco y bote se separaron; la fría y húmeda brisa nocturna sopló entre ellos; una gaviota voló chillando por encima; las dos embarcaciones se agitaron locamente; lanzamos tres hurras con el corazón oprimido, y nos sumergimos ciegamente, como el hado, en el solitario Atlántico
Moby Dick, capítulo 22, p. 141
