Paseaba por la sección de comics de la biblioteca, porque últimamente no tengo energía ni imaginación para meterme en grandes novelas, y me encontré con un libro que tenía un aspecto extraño: Un lugar equivocado, Brecht Evens, decía.
Premio de la Audacia Angouleme 2011, decía.
Mi hijo ya se quería ir.
Pero yo abrí el libro.
Y mi hijo: ya me quiero ir. Tirado en el piso, arrastrándose.
Y yo: espera. Ya nos vamos.
En la primera página había algo desconcertante: no había viñetas ni globos de diálogo, pero sí había mucho movimiento. Y el cómic es el arte del movimiento, como aprendí de un librazo de Scott McCloud.
Sólo que el movimiento viene de la superposición de acciones, de escenas, de colores. Y uno es el que tiene que hacer ese juego. (Como siempre, en el comic, recordaría McCloud: el movimiento lo pone el lector).
Ayuda mucho la técnica: acuarela. La pintura se mezcla con la capa previa, a diferencia del óleo, que cubre lo anterior, de modo que la superposición de acciones, planos, rostros, construye el dinamismo de la acción.
Pero mi hijo: ya me quiero ir.
Así es que tomé el libro, dije vamos. Y nos fuimos.
Lo leí de un tirón. Y hay más que acuarelas, más que técnica e irregularidades para representar el movimiento y el diálogo. Lo que hay es una historia sobre la seducción y la soledad, sobre la forma en que construimos jerarquías sociales basadas en la belleza —la dictadura de los guapos, diría Houellebecq–, sobre nuestro deseo de ser cool y de ser aceptados por los cool, sobre la miserable vida de los que no son cool, y sobre lo genial que se la pasan –aparentemente–, los guapos y los llenos de actitud.
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