Cochero inglés, Internet Archive Book Images. CC 2.0 https://flic.kr/p/wN3awK

En los últimos días he estado en promoción de mi primera novela, La caída de Cobra. Como creo que lo peor que puede hacer un escritor es dar demasiadas explicaciones sobre sus libros, decidí leer estos breves cuentos (o estampas) que, en algún sentido, podrían estar relacionadas con mi novela. Corresponde a los lectores sacar las conclusiones que quieran…

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En el capítulo 4 de Crimen y Castigo, Raskolnikov sueña que vuelve a ser niño, y que una noche fría, mientras camina con su padre por las orillas de la su pueblo, ve a un grupo de borrachos salir de una taberna. No son unos borrachos cualquiera, sino unos borrachos rusos, o más bien, unos borrachos rusos a lo Dostoievski. O sea: los peores borrachos.

Son seis o siete, no me acuerdo bien, pero desde que los ve salir, el niño siente miedo. Uno de ellos dice a sus amigos borrachos que se suban a su carreta, que él los lleva. Sus amigos dudan, porque es coche es tirado por una yegua flaca y vieja, pero el hombre dice que no pasa nada, que se trepen, ya verán cómo hace galopar a la yegua.

Vamos a ver cómo lo haces, se burlan. ¡Si este animal no ha galopado en diez años!

El dueño le da unos latigazos al animal, pero la pobre yegua ni siquiera consigue mover un centímetro la carreta y sus amigos empiezan a cantar canciones obscenas,  canciones burlescas de borracho. Entonces ordena a sus sirvientes que también le den latigazos. La pobre yegua mueve y mueve los cuartos traseros, tira con todas sus fuerzas y aguanta los golpes, pero la carreta pesa demasiado.

¡En los ojos y en el hocico!, ordena el dueño y los criados obedecen. Le golpean los ojos y el hocico, y la yegua mueve la cabeza de un lado a otro para evitar que vuelvan a darle, y fracasa, y echa espuma por la boca y lanza patadas. Los borrachos siguen cantando y se burlan del dueño, que está cada vez más encabronado. La yegua tira, patea, se defiende, pero está condenada: su tarea es demasiado para ella, no puede huir y tampoco consigue hacer que su dueño borracho se calme.

¡La vas a matar!, interviene un anciano. Y el borracho responde que no se meta, que la yegua es suya, que él hace con ella lo que quiera. ¡Ya verán cómo la hago galopar!

De modo que saca del fondo de la carreta una pértiga, la levanta con las dos manos sobre su propia cabeza y la deja caer con todas sus fuerzas sobre el animal.

¡La vas a matar!, insiste el anciano.

¡Es mía! ¡Es mía!

Y vuelve a levantar la pértiga y a descargarla sobre el espinazo del animal.

La yegua se sienta sobre sus patas traseras, y luego se levanta de un salto y jala, jala con sus últimas fuerzas. Sobre ella llueven latigazos, más latigazos, y luego otro golpe de pértiga.

Hasta que alguien dice que le den con un hacha y el dueño se ríe, los otros borrachos se ríen, todos se ríen. Así es que van por un hacha, el dueño la levanta y le da un golpe brutal. La yegua se tambalea pero aguanta y su resistencia hace que se ensañen más con ella. Le dan dos, tres hachazos más. Hasta que finalmente muere.

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José Miguel Tomasena

Escritor, periodista, profesor universitario. Autor de El rastro de los cuerpos (Grijalbo, 2019) , La caída de Cobra (Tusquets, 2016). Co-guionista de Retratos de una búsqueda. Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí en 2013 por ¿Quién se acuerda del polvo de la casa de Hemingway (Paraíso Perdido, 2018). Investiga formas de socialización lectora en internet.