Invitaba a Gerardo Deniz a mi clase, pero resultaba mucho más numerosa de lo esperado y no era en el aula sino en otro lugar enorme, un museo o un aeropuerto, todo afrancesado. En el taxi platicábamos muy a gusto y yo recitaba Bruja de memoria, porque a mis alumnos les encantaba, y luego, cuando me bajaba del taxi, me daba cuenta de que no tenía pantalones. ¡Cómo se me pudo olvidar!
En otra ocasión yo habría seguido en gayumbos, tan tranquilo; la bronca es que iba a presentar a Deniz. En el estrado. La gente ya estaba esperando y no me alcanzaba el tiempo para volver al hotel a buscar mis pantalones.
Me prestaban una toalla blanca de hotel. Me envolvía con ella. Me quedaba como faldita de tenista.
Ni pedo. Decía. Y subía al estrado, haciendo como si no importara.
Otro gesto excéntrico de este petardo.