Álvaro Enrigue escribió en el suplemento El cultural, del diario mexicano La Razón, un texto interesantísimo sobre Nican Mopohua, el relato en nahuatl sobre las apariciones de Guadalupe El Tepeyac.
Yo no he leído El Nican Mopohua.
Tengo las referencias del relato más ortodoxamente católico. La Virgen se le aparece a un indígena; el indígena es enviado a anunciar la noticia al Obispo Sahagún; el poderoso no le cree. ¿Cómo puede Dios manifestarse en un indio? Hasta que las flores se convierten en la tilma y el poderoso termina doblegado por la evidencia.
El relato me gusta. Pero nunca he ido a la fuente original.
Así es que este texto de Enrigue me gustó porque atenúa un poco mi ignorancia sobre esos primeros años de dominio español sobre Tenochtitlán (el relato de Enrigue es muy sugerente). Pero también porque ahonda precisamente en las causas y efectos de nuestra ignorancia:
La literatura mexicana empezó con el Nican Mopohua. Es el cantar de gesta fundamental, nuestro equivalente a las leyendas artúricas británicas o las sagas escandinavas. Y no está en los programas de educación; se lee poco o nada fuera de los circuitos especializados. Es un tema para la gran terapia nacional: en la preparatoria leemos La Ilíada y El Cid pero nos saltamos el texto fundacional de la peculiaridad mexicana. Tal vez porque la historia que narra sigue viviendo primordialmente como un relato oral —que cuentan curitas, dotados con la sensibilidad literaria de un serrucho—, se nos olvida que es la leyenda clave, un poema excéntrico con potencia lírica extraordinaria, una fábula sobre la negociación de lo que parecía irreconciliable y el documento político que lo cambió todo para el continente entero.
El texto completo de Enrigue se puede leer aquí.