Hay ideas recurrentes, que vienen una y otra vez, como las visiones por el futuro. Y he aquí que Enrique Vila-Matas dedicó a este tema su discurso de aceptación del premio FIL de literatura, que se entrega en mi ciudad, Guadalajara.
El futuro: aquello que sonaba como las primeras notas de Demasiado pronto para saberlo, de The Orioles, la primera canción de rock que se transmitía por la radio en 1948.
Y así, Vila-Matas intentó construir una obra que hiciera sentir al lector algo radicalmente nuevo. El sonido del futuro, llegando por primera vez al presente.
Con una confianza ingenua en la evolución de la exigencia de los lectores del nuevo siglo, creía que aumentaría el nivel de inteligencia general, y pensaba que en el indescifrable futuro la novela de formato decimonónico –que se había cobrado ya sus mejores piezas- iría cediendo su lugar a los ensayos narrativos, o a las narraciones ensayísticas, y quizás incluso cedería el paso a una prosa brumosa y compacta, al estilo de W.G. Sebald (muy en el modo en que Nietzsche hacía de la vida, literatura), o al estilo de Sergio Pitol en El mago de Viena, con ese tipo de prosa compacta en la que el autor disolvía las fronteras entre los géneros, haciendo que desaparecieran los índices y los textos consistieran en fragmentos de talantes muy diversos, unidos por una estructura de unidad perfecta…
Pero no: el futuro que llegó no es ése.
Es otro: el de los atentados contra Charlie Hebdó en París, el de los millones de sirios que arriesgan su vida en el Mediterráneo huyendo de la guerra, el de los sobrevivientes de Chernóbil retratados por Svetlana Alexievitch:
Esa realidad que ya ha sucedido, pero aún no se percibe del todo, pero está aquí ya, entre todos nosotros, susurra el coro trágico. Lo que dicen las voces de Chernóbil, el gran coro, es el futuro.