Hace una semana conversé en Agora Iteso sobre algunos de mis esfuerzos por transitar en mis clases de una lógica centrada en el aula, en la secuencia lineal de aprendizajes y en el maestro, hacia una lógica de red abierta, colaborativa e integrada a otras lógicas y espacios de aprendizaje universitario, como las bibliotecas, los laboratorios, las incubadoras, los talleres y grupos culturales que nutren la vida universitaria (y que en el fondo, la hacen diferente a las ofertas que simplemente ofrecen una formación técnica para conseguir chamba).
Hablé de los proyectos educativos en Wikipedia, y del Foro de Ayuda Mutua que usamos en Conocimiento y Cultura (en lugar de que el profe responda las dudas de los alumnos, hay foro que fomenta el intercambio y la solución de problemas, como de hecho sucede ya en miles de espacios en internet), y de los foros descentralizados que he impulsado en el Taller de Escritura Creativa.
En lugar de dejar tareas a cada alumno, se me ocurrió organizar foros virtuales en los que ellos discutieran algunas lecturas. En lugar de hacer tres foros (uno por cada grupo), revolví a todos los alumnos en el mismo espacio en Moodle. Cada semana tienen que leer un texto y luego participar por lo menos tres veces: en la primera, responden a una pregunta que yo he formulado para generar la discusión; en la segunda, reaccionan a la participación de algún compañero (¿Estás de acuerdo o no? ¿Por qué?) ; en la tercera, hacen una pregunta directa a algún compañero. (Y luego están obligados a responder). La participación en los foros vale la mitad de su calificación final.
La experiencia me parece que es buena: aumenta la densidad lectora de los alumnos, enriquece las discusiones técnicas en el aula en la medida que incorporan la forma en que los autores resolvieron esos desafíos, fortalece la autonomía y responsabilidad de los muchachos sobre su propio aprendizaje y yo no me siento como un policía cuya tarea es verificar si realmente leyeron (De hecho, solía usar la espantosa expresión «controles de lectura» para las tareas que le imponía a mis estudiantes para obligarlos a leer o para comprobar que lo habían hecho). Si quieren entrarle y leer, adelante; si no, pues no.
Luego llovieron preguntas: la más ruda, perpetrada por Miguel Bazdresch, tenía que ver con las calificaciones.
–Sí, según tú eres muy libre, pero si el chavo no hace lo que quieres, lo repruebas. ¿Cómo le harías si no tuvieras el control de la calificación?
Dicen que me puse rojo. (Espero ver el streaming para comprobarlo).
–La calificación no me importa, respondí. Lo que importa es la participación. El único modo de reprobar mi materia es no participando.
(Parto de la base de que si un alumno entra al debate e interactúa con otros, aprenderá algo).
Pero entonces brincó una alumna:
–Yo quiero que los profesores me retroalimenten y me califiquen, me digan si estoy bien o mal.
–¿Y por qué quieres que los profesores te digamos eso? ¿Realmente es nuestro papel?
Ya luego hice algunos matices, que no se si consiguieron despejar sus dudas o aumentarlas. Dije que el número de la calificación final me importa poco (aunque soy consciente que tiene su importancia por varias razones), pero no el aprendizaje y la retroalimentación. La pregunta es por qué creemos que el profesor es el único responsable de esto. ¿No hay otras formas de interacción para aprender? ¿No tienen los alumnos una responsabilidad compartida con su propio aprendizaje y con el de los demás?
César, uno de los chavos que está cursando ahora el Taller de Escritura Creativa, habló de su experiencia. Afortunadamente dijo que los foros estaban chidos. (Supongo que , de lo contrario, en lugar de rojo me hubiera puesto verde).
En una materia como Escritura Creativa, la expectativa de los alumnos sobre una respuesta «correcta» es especialmente delicada. En primer lugar, porque instaura la idea de que la escritura es un proceso que sigue unas recetas, y en segundo, porque naturaliza una noción de «lo literario» y esconde que alrededor de esta definición hay corrientes en pugna, estilos, tradiciones, subversiones.
Como argumenta Cristina Rivera Garza en uno de los capítulos de Los muertos indóciles, una de las cosas peligrosas de los talleres literarios es que se tiende a imponer una concepción unívoca de la literatura, una forma autorizada de leer y de escribir. (Por eso hay una tendencia muy marcada a la formación de canonjías y sectas literarias alrededor de un gurú). De lo que se trata en los talleres literarios, argumenta Rivera Garza, es de organizar espacios en los que intercambiemos las diferentes lecturas sobre un texto. No se trata de decir «me gusta» o «no me gusta», porque eso empobrece la comprensión, sino de compartir cómo leemos el texto, cómo funciona, qué mecanismos expresivos se activan (o no) para que a mi me guste o no.
Para estos contextos, una estructura descentralizada es mejor. Y aún sigue funcionando en Facebook, aunque no tuve tiempo de plantearlo: en el grupo EsCreativa hay una comunidad de personas que siguen compartiendo y discutiendo sobre literatura a pesar de que ya no tienen la obligación de hacerlo. (Y lo mismo en Dime Poesía).
Un colega me reviró al decir que no me meto a un foro y que éstos funcionan sin que yo tenga que intervenir, parecía que me estaba desentendiendo.
Descentralizar no es desentenderse. Las cosas no funcionan por generación espontánea, porque sí. Hay que pensar las lecturas adecuadas, cuáles son las mejores preguntas, cómo se puede fomentar la interacción.
Parto de la base de que los alumnos son adultos, que están en la Universidad porque quieren, y sobre todo, que son capaces de aprender muchísimas cosas, y que de hecho aprenden muchísimas cosas, al margen de los maestros y de los programas formales.
Aunque muchas veces ni siquiera se den cuenta.
A mi me tocaron los tiempos de los temibles «Controles de lectura». Y dicho sea de paso, también me tocó que nos corrieras del salón un día que no llevamos la tarea por que nos confundimos con la fecha y ver ese tono rojo casi verde del que hablas en el texto. Me parece una dinámica mucho más enriquecedora e interesante esta que propones. Además no es para nada impositiva y al ser descentralizada pierde el carácter de «tarea». Es más como un, «Cotorreen unos con otros». Y eso está padrísimo. Es constructivismo bien aplicado, para variar.
Sobre el otro asunto. Es un tema muy sensible el momento de los comentarios al terminar de compartir tu texto. En mi experiencia personal fue gracias a la retroalimentación tuya y de mis compañeros que por fin me solté, que decidí escribir una novela y que me di cuenta que «escribía bien», o más bien, que podría llegar a escribir cada vez mejor si practicaba y practicaba y practicaba.
Y quizá se desmiente esto que leí hace poco de que los talleres de escritura creativa no sirven para nada. Sirven para cotorrear, para divertirse, para desahogarse y para alborotar a los que ya tienen la semillita de escribir.
Su propósito no es formar escritores, sino buenos lectores, que escriben.
Hey! Gracias por tu comentario.
Lo de retroalimentar en un taller literario es clave. El problema es qué esperamos de esa retroalimentación, quién o quiénes la hacen, bajo qué parámetros, etc. Lo que yo critico es la centralidad del profe-gurú en ese proceso. Es muy delicado. Por eso luego hay talleres en los que todos terminan escribiendo como el profe-gurú dice. Y ahí están los Rulfitos, los Onettitos, los Benedetititos, los Pacecitos.
Me gusta mucho cómo lo plantea Rivera Garza, en verdad.
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