Edited illustration/print from the Rijksmusuem titled Jonas uitgespuwd door de walvis by Cornelis van Dalen. CC 2.0 https://flic.kr/p/q7bVvj

En los últimos días he estado en promoción de mi primera novela, La caída de Cobra. Como creo que lo peor que puede hacer un escritor es dar demasiadas explicaciones sobre sus libros, decidí leer estos breves cuentos (o estampas) que, en algún sentido, podrían estar relacionadas con mi novela. Corresponde a los lectores sacar las conclusiones que quieran…

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El reverendo Mapple se levanta, hace una pausa calculada y levanta los ojos cerrados al cielo. Estamos en el puerto de Nantucket, en el capítulo 9 de Moby Dick. La iglesia está llena de marineros y trabajadores del puerto. El reverendo dirige una plegaria al cielo tan devota, dice Melville, que parecía estar rezando de rodillas en el fondo del mar.

¿Rezando de rodillas en el fondo del mar? ¿A quién se le ocurre una metáfora así?

Solo a Melville, que era un atascado.

Porque para Melville, si una novela es sobre ballenas, no basta con que la acción se desarrolle entre arpones, olas de espuma blanca y un monstruo marino tan terrible como enigmático, ni que haya capítulos soporíferos en los que se describen las técnicas de caza y de conservación de la grasa, la piel y la carne de ballena durante el siglo XIX, como si en lugar de una novela estuviéramos leyendo un manual técnico, ni basta con que haya 12, 15 o 20 páginas, dependiendo de la edición, con citas y más citas sobre ballenas extraídas del Génesis, del Libro de Job, de los Salmos y, por supuesto, del libro de Jonás, citas y más citas de Montaigne, de Rabelais, de Lord Bacon, Hamlet y Waller, Hobbes, Milton, Goldsmith, Jefferson, Cook y un eterno etcétera; para Melville no basta que los personajes —sobre todo el narrador— hablen con el argot de de los balleneros, no. Si una novela es de ballenas, todo el lenguaje debe ser moldeado por el tema; el campo semántico de toda la novela ha de estar empapado de mares, barcos y crustáceos.

Pero volvamos a la escena, porque el reverendo, cuando termina de rezar, lee con entonación lenta y solemne, cito: “como la campana de un barco que naufraga en medio de la niebla”. Como al campana de un barco naufraga en medio de la niebla, el reverendo lee un himno parecido al que Jonás cantara a Dios desde el vientre de la ballena. Y lo que sigue es un sermón alucinante en el que el pastor Mapple llena los silencios de la narración bíblica con la historia de un marinero que ha estado en los muelles de Tarsis, Cádiz y Gibraltar, que ha pasado tormentas en la cubierta de un barco y hambre en camarotes a los que nunca les da el sol, iluminado por lámparas de petróleo que oscilan sin apagarse cuando las olas y el peso de las mercancías parecen derribar el barco, una mezcla que presagia los delirios de otro reverendo, Hightower, que en Luz de Agosto, la novela de Faulkner, también confunde pasajes bíblicos con los caballos de los soldados confederados que perdieron la guerra civil, un sermón, en fin, con el que Melville conquista la cima de la intensidad literaria, que consiste en volver a contar lo antiguo con el lenguaje de lo nuevo.

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José Miguel Tomasena

Escritor, periodista, profesor universitario. Autor de El rastro de los cuerpos (Grijalbo, 2019) , La caída de Cobra (Tusquets, 2016). Co-guionista de Retratos de una búsqueda. Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí en 2013 por ¿Quién se acuerda del polvo de la casa de Hemingway (Paraíso Perdido, 2018). Investiga formas de socialización lectora en internet.

Un comentario en “Seis cuentos para no explicar mi novela (3)

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