Hija de la Laguna, de Ernesto Cabellos Damián

No pude ver muchas películas en Hot Docs, en parte porque tenía mucho trabajo con las presentaciones, entrevistas y citas de Retratos de una búsqueda, en parte porque queríamos conocer la ciudad.

Ni modo de ir a Toronto y encerrarnos en el cine si alrededor había un lago que parecía mar, rascacielos que se espejaban entre sí hasta el infinito, un callejón con grafitis de Tom y Jerry, Munra, pajaritos y demonios, en el que había cocineros que salían a tirar los desperdicios de su restaurante y a fumarse un gallo, tranvías rojos que circulaban por la mitad de la calle, una tienda de discos en las que había una lona que decía «What would Neil Young do?», tiendas que vendían zapatos que costaban lo que gano en un año, coches que atravesaban el muro de un estudio de televisión, restaurantes con platos con curry, restaurantes con sopas pho, restaurantes con kebabs y falafeles, librerías que parecían palacios, un aire frío que me ponía rojos los cachetes, claustros universitarios que parecían la escuelita de Harry Potter, jardines con ardillas y, a menos de dos horas en coche, unas de las cascadas más espectaculares del mundo.

Aún así, pudimos ver tres pelis. Aquí mis impresiones.

Deprogrammed, de Mia Donovan

Deprogrammed, by Mia Donovan

Deprogrammed, by Mia Donovan

Durante los años sesenta y setenta florecieron en Estados Unidos grupos religiosos radicales que proponían que sus miembros se apartaran del camino del pecado y se recluyeran a vivir en comunidad, en un nuevo estilo de vida. Algunos padres, preocupados porque a sus hijos les habían lavado el cerebro, contrataban a Ted Patrick para que los «des-programara». El problema es que los métodos de Patrick en muchas ocasiones provocaban más daño que bien.  El documental está construido con entrevistas (entre ellos el hermano de la directora, que fue «rescatado» de un culto satánico en los años ochenta) y fabuloso material de archivo que el propio Patrick grababa para documentar sus métodos para revertir el «lavado de cerebro».

Me gustó mucho. La directora se pregunta por la libertad de las personas para creer en algo y cambiar su punto de vida. ¿Tienen los padres derecho a decidir sobre el modo de vida de sus hijos, si ya son mayores de edad? ¿Y si realmente están en peligro, como en muchas sectas suicidas, como las de David Koresh o Heaven Gate? La película no ofrece respuestas fáciles, explora la ambigüedad intrínseca de las conversiones religiosas radicales, un tema que me apasiona y sobre el que va una de las novelas que estoy preparando: es muy fácil descalificar a un profeta con un loco y es muy fácil que un loco se haga pasar por profeta.

Western, de Bill y Turner Ross

Todos los mexicanos deberíamos ver este documental, aunque no a todos nos gustará. Los hermanos Ross exploran la vida de algunos pobladores de Eagle Pass, Texas, y Piedras Negras, Coahuila. A pesar de que estas familias han sostenido relaciones de amistad y de negocios desde hace muchos años, estos buenos rancheros gringos quedan atrapados entre políticas migratorias de Washington, que planea construir un muro en la frontera, y la explosión de la violencia entre cárteles de la droga en el lado mexicano (estamos hablando de 2011, 2012, uno de los momentos más álgidos en el enfrentamiento entre los Zetas y el Cártel del Golfo).

La película tiene momentos muy emocionantes, personajes entrañables, una estructura fluida, llena de paisajes poéticos, y relatos sobre la ganadería que me recuerdan la forma en que Cormac McCarthy retrata la violencia de la frontera. Es un retrato entrañable de esos gringos del sur y de cómo experimentan la descomposición social y política de la frontera. La gran virtud de Western es su fidelidad a ese punto de vista, pero también es su gran defecto: nunca se atreven a cruzar la frontera para acercarse a la perspectiva de los mexicanos.  México es sólo un fantasma, una tormenta que relampaguea en el horizonte oscuro sobre la que los gringos proyectan sus miedos.

En este sentido, Western es un documental imprescindible, no sólo por lo que vemos en la pantalla, sino por lo que evade.

La hija de la laguna, de Ernesto Cabellos Damián

Una minera transnacional quiere hacerse de las tierras de una comunidad indígena para extraer oro; la comunidad resiste, se organiza.  Esta premisa, que se repite en América Latina una y otra vez (en México tenemos el caso Wirikuta), es retratada por este documental del peruano Ernesto Cabellos Damián. Lo distintivo es el punto de vista: Nélida es una joven que tiene una relación espiritual con la naturaleza. A través de ella podemos comprender, entonces, cómo éste no es un conflicto sobre el control de un recurso (una mercancía, finalmente), sino un conflicto entre dos comprensiones radicalmente distintas de la naturaleza. Para los indígenas, el agua no es un objeto, algo que puedas explotar, usar y desechar; sino un sujeto,  una persona viva.

Aunque en algunos momentos la narración en off me pareció demasiado, hay un par de escenas que me conmovieron profundamente: además del enfrentamiento por la laguna entre la comunidad y la policía (el clímax de la película), el momento en el que Nélida está hablando con su mamá, después de haber pasado un tiempo en la ciudad, y se le salen las lágrimas cuando habla de cuánto extraña su tierra, sus papas, sus animales, su chacra. Si algo me fascina del documental, que ni el periodismo ni la literatura pueden hacer con tanta precisión, es la capacidad para registrar el habla popular y comunicar todo lo que esas sutiles inflexiones, tonos y silencios dicen sobre quiénes somos.

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José Miguel Tomasena

Escritor, periodista, profesor universitario. Autor de El rastro de los cuerpos (Grijalbo, 2019) , La caída de Cobra (Tusquets, 2016). Co-guionista de Retratos de una búsqueda. Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí en 2013 por ¿Quién se acuerda del polvo de la casa de Hemingway (Paraíso Perdido, 2018). Investiga formas de socialización lectora en internet.